Agua

Desde que naciste, todo se ha ido volviendo agua a nuestro alrededor.

El agua nos envuelve, nos baña, nos anfibia, y caminamos como si flotáramos en agua, pensamos y sentimos en corrientes y términos de agua, dormitamos con un ojo abierto y entre siestas de agua, y se nos aguan la mirada y la boca de mirarte.

Agua…

El agua exigua y transparente, casi seca, de tu quejido delgado de recién nacida, la herida abierta de un violín, de ese llanto intermitente al que le faltan consonantes y le sobran vocales, que es débil como el aleteo de una mariposa, y es dulce como el trisar de una golondrina, y frágil como el musitar de un pequeño roedor, y lacerado y hambriento como el aullido de un coyote, y extrañamente triste como el llorar de un cocodrilo.

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El pato Chester

Querida Clara:

Cuando leas esta carta, ya sabrás, más que de sobra, que tu padre es un excelente dibujante. Él siempre te dirá lo contrario, porque exigente como cualquier artista que se precie de serlo, casi nunca está satisfecho con sus creaciones, y las escasas veces que lo está, algo, no demasiado, el paso del tiempo se encarga de estropeárselo, pues como cada línea que traza, perfecciona un poco a la anterior, el día que mejor pinta es siempre el día de hoy. Disquisiciones artísticas aparte, en esta carta quiero contarte la historia del pato Chester, una creación digital que, sin que nos lo propusiéramos, cobró vida por su cuenta el día en que naciste.

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Un día antes que la primavera (2ª parte)

Naciste a las 17:05, ó mejor, a las 5:05 pm, que soy supersticiosa y así el número es mágico, y capicúa, y de buen augurio, midiendo cuarenta y nueve centímetros, y pesando tres kilos y medio.

Naciste con triple vuelta de cordón al cuello, tal vez porque, sin saberlo, ya te quería tanto antes de que llegaras, que celosa y posesiva, pretendía tenerte amarradita a mí para que no te me perdieras, para que no te me escaparas nunca. Que digan lo que quieran los que se quejan de que hoy en día se abusa del procedimiento de la cesárea, pero a ti te salvó la vida.

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Un día antes que la primavera (1ª parte)

Querida Clara:

Me escapo del mundo a tu diario, este lugar inédito habitado tan sólo por ti, repleto de alegría hasta en la peor de tus tristezas, y me asomo a él desde el futuro ahora alejadísimo de tus cuatro años de edad para tratar de narrarte, con la objetividad tergiversada por la memoria selectiva que el paso del tiempo concede a los recuerdos sobre una necesaria pátina de olvido, el día más remoto de tu pasado, esto es, aquél bendito en el que dio comienzo tu vida.

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El instante que media entre Clara y Clara

Querida Clara:

Sí… te acabo de llamar Clara porque ése va a ser tu nombre. Nos ha costado siete meses decidirlo, pero P….. – perdón, tu padre – y yo, por fin, tras arduas y diplomáticas negociaciones, hemos llegado a un acuerdo.

Ahora que puedo respirar en paz porque la primera y última de tus posesiones en la tierra es casi tuya, permíteme que me deleite un poco en lo acertado de nuestra decisión antes de continuar.

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La primera carta

Querida hija:

Esta es la primera carta que te escribo, la primera vez que me dirijo a ti, así que perdona de antemano mi tono atropellado y en todos los sentidos primerizo.

Con las disculpas pedidas y las palabras contadas, seguiré; querida hija, dos puntos, con esta carta, recuerda, la primera que te escribo, se abre un puente, una ventana, un camino, las letras de un diario que escribiré por ti hasta que aprendas y desees hacerlo tú misma, una vía de comunicación entre nosotras, y quiero que sepas que siempre, desde este preciso instante en que ni siquiera existes, sí, siempre, insisto, siempre, no lo olvides, incluso cuando puedas pensar que se ha cerrado por el motivo que sea, la puerta estará entreabierta para ti; y también quiero que sepas que si en el momento en que leas estas palabras comprendiendo su verdadero alcance, internamente me reprochas que nuestra comunicación no es tan fluida como a ti te gustaría, será porque ciertos obstáculos – la vida, el tiempo, algunas molestas nubes – estarán entorpeciendo la vía de forma temporal, y desde luego ilusoria, pero descuida, ten fe, que se volverá a abrir, porque nos une un lazo que ya nunca podrá romperse aunque queramos, el más bonito y puro y maravilloso de todos los que existen; tienes que creerme, hija, con lágrimas al borde de los ojos, te digo que sé de lo que hablo…

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